Tras la muerte del exgobernador Luis Miguel Barbosa Huerta, los cambios en Puebla han generado toda una expectativa en el círculo rojo y en la arena política local.

Y es que Puebla ha vivido, en apenas unos años (seis para ser exactos), una dramática historia de poder, lucha, muerte e incertidumbre.

Los poblanos hemos presenciado cómo nos han gobernado, desde el 2017 a la fecha, un total de ocho gobernadores, quienes han intentado imponer su sello y su herencia para tratar de perpetuarse en el poder.

Sin embargo, ha sido inútil su intentona.

El drama que hemos vivido los ciudadanos que habitamos este maravilloso estado nos ha llevado incluso al miedo por distintas razones.

La principal, tal vez, es que con estos intempestivos cambios parece que la gobernabilidad de Puebla se ha puesto una y otra vez en riesgo.

Y lo digo, insisto, porque cada uno de los gobernadores que han desfilado por Casa Aguayo y Casa Puebla, han tratado de administrar el estado bajo su propio criterio y visión personal.

Todos, sin excepción, han querido imponer su modelo.

Lo hizo Rafael Moreno Valle Rosas, José Antonio Gali Fayad, Martha Erika Alonso Hidalgo, Jesús Rodríguez Almeida, Guillermo Pacheco Pulido, Luis Miguel Barbosa, Ana Lucía Hill Mayoral y ahora Sergio Salomón Céspedes Peregrina.

Eso sí, los poblanos vivimos enfrentados con el arribo de la 4T al poder.

Puebla se dividió, ya que el gobernador Barbosa arremetió con todo lo que oliera a morenovallismo.

Las mañaneras se convirtieron en una especie de agenda de opresión contra aquellos que no lo apoyaron en campaña, que lo criticaron y que lo traicionaron o negociaron a sus espaldas.

Fue así como se impulsó el gobierno de la nueva clase política de izquierda, la cual, evidentemente, aún no estaba preparada para continuar gobernado el estado sin su líder político y moral.

Por ello, parece, se está reacomodando nuevamente la estructura de gobierno, esta vez con Sergio Céspedes al mando, quien, desde luego, también intenta dejar huella e Puebla o imputar un sello distinto al anterior.

Porque el estilo del hoy gobernador poblano es completamente distinto al de Barbosa.

Céspedes es un político conciliador y Barbosa no, siempre fue duro.

Hoy por hoy parece haber apertura para todos los sectores.

Se implementa una campaña de reconciliación, de cara al 2024.

Campaña que le conviene, de entrada, al mismísimo gobernador, quien desea entregar buenas cuentas al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Y es que está de por medio la continuidad de su carrera política.

Misma que, seguro, no termina en 2024.

El caso es que la muerte de Barbosa, insisto, movió todo el tablero político poblano.

Los que antes criticaban y se burlaban de los enemigos del barbosismo ya no lo hacen.

Tres ejemplos claves para entender el nuevo contexto político poblano son el presidente del Senado de la República, Alejandro Armenta Mier; el líder de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier Velazco y el delegado del Bienestar en el estado, Rodrigo Abdala Dartigues.

Los críticos de los dos legisladores empiezan a perder fuerza, o de plano a desaparecer.

Las plumas amigas del barbosismo ya no los catalogan como traidores.

Incluso han estado en sus reuniones.

Ahora ya los consideran las corcholatas de Morena, cuando antes todo era golpe y porrazo contra ellos.

Me pregunto ¿dónde quedaron sus verdaderas corcholatas?

Ya no hablan de Olivia Salomón Vivaldi, la secretaría de economía; ni del simpático titular de salud, José Antonio Martínez García.

Hoy la “nueva corcholata” es Julio Miguel Huerta Gómez, titular de gobernación.

¿Le alcanzará para jugar en el 2024?

¿A poco no se ha dado un dramático cambio político en Puebla?

¿En qué momento cambiaron todos de opinión?

Si la 4T y Morena en Puebla se sentía Dios en el poder.

Y ya ni hablamos de sus funcionarios, militantes, líderes e integrantes del comité estatal.

Ojalá que las cosas en Puebla hayan cambiado para bien.

Y que el 2024 se dé una elección democrática y limpia.

A los poblanos nos hacen falta muchas buenas noticias.

Sobre todo, que salgan de Casa Aguayo.

 

 

 

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