Si bien muchas de las demandas de los estudiantes normalistas, no sólo de Puebla, de todo el país regularmente son válidas, justas y necesarias, lo cierto es que los eventos y las manifestaciones de este sector estudiantil -en todo el país- ya son cada vez más violentas y constantes.

Y no sólo eso, son agresivas y hasta sangrientas.

Hay muchos ejemplos y casos de la intimidación, excesos y abusos empleados por los estudiantes normalistas para intentar hacer valer sus reclamos.

Toman instalaciones de cualquier tipo, ya ni siquiera solo sus propias instituciones o sus planteles, sino casetas de paso, oficinas, universidades, sedes del gobierno y hasta centros de operación militar.

Los estudiantes, sí, reclaman muchas veces cosas justas, pero se equivocan cuando secuestran autobuses de transporte público, camionetas de autoservicio, de empresas particulares, trailers completos con mercancía, toman casetas de cuota y toda clase de vehículos.

A los normalistas les importa un carajo lo que haya que hacer cuando se trata de intentar hacer valer su ley, sus demandas, por lo que ni siquiera el gobierno puede controlarlos.

Empero, insisto, las formas les fallan a los estudiantes y les gana la víscera.

Ellos quieren que les resuelva a la hora que quieren y como quieren, o de lo contrario queman, destruyen y amenazan a quienes se les pone enfrente.

Ayer, Casa Aguayo, sede del gobierno del estado, y donde despacha el gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta, fue tomado por un grupo de estudiantes de la Escuela Normal Rural “Carmen Serdán”, de Teteles de Ávila Castillo, quienes pretendían prolongar su plantón hasta que los recibiera el mandatario directamente.

Sin embargo, muchos de los “estudiantes” fueron captados portando tubos, palos, escudos de madera, botellas, gasolina y presuntas bombas molotov, lo que ocasionó que se dispusiera, por parte de la Secretaría de Seguridad Publica del Estado, el desalojo de los normalistas con gas lacrimógeno.

La liberación de la calle y de la sede de gobierno si bien fue con apoyo de la fuerza pública, y de todos sus recursos, también era necesaria.

¿O habría que esperar a que se incendiara Casa Aguayo?

¿O hasta que empezaran los robos a comercios y al transporte comercial?

El fin de semana pasado, estudiantes de la Escuela Normal Rural Mactumatzá, ubicada en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, se manifestaron con violencia exigiendo la libertad de sus compañeros presos, por lo que atacaron con palos, piedras, cohetones y bombas molotov la sede del Poder Ejecutivo.

Los normalistas quemaron patrullas, destruyeron mobiliario urbano, e incluso robaron una pipa cargada con combustible de Pemex.

La protesta se dio debido a que en días pasados un juez de control vinculó a proceso a 19 normalistas, presos en el penal de El Amate, por diversos delitos como pandillerismo, motín, ataques a las vías generales de comunicación, entre otros daños.

Los detenidos y detenidas acusaron toda clase de abusos por parte de la policía, incluso sexual, por lo que muchas organizaciones en defensa de los derechos humanos salieron al paso a exigir respeto a los normalistas.

La pregunta sobre el tema es obvia: ¿y a los estudiantes quién los controla, y quién les exige respeto?

No hay duda que el tema genera polémica; sin embargo, los estudiantes siempre serán los agredidos y los policías los malos.

¿Y a los gendarmes quién los defiende?

¿Eso es justo?

Con todo respeto, me parece que los estudiantes normalistas, primero, deben terminar con sus acciones violentas para poder exigir respeto y un trato digno por parte de la autoridad.

Porque si agreden seguro serán agredidos, y si amenazan seguro serán amenazados. Ayer eso sucedió en Casa Aguayo.

Así que la prudencia, la razón, la paz y el respeto por los demás debe privar entre ellos.

No es a chingadazo limpio como van a lograr resolver todos sus conflictos.

¿O esperamos que se de otro caso como el de los 43 estudiantes secuestrados y desaparecidos de Ayotzinapa?

Estudiantes, por cierto, pertenecientes a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, también conocida como Raúl Isidro Burgos, y quienes tenían fama de secuestrar autobuses y camiones comerciales de todo tipo.

¿Cuánto se tiene que tolerar a los estudiantes?

Mas bien ¿cuánto debe, la autoridad, aguantar para meterlos en cintura y evitar sus desastres?

¿Hasta que haya golpes, heridos y hasta muertos?

También, no hace mucho, dos estudiantes que en Puebla intentaban el robo o secuestro de un camión comercial murieron al caer de la unidad en movimiento.

¿Ni así van a parar?

Esta vez, me parece, actuó bien el gobierno.

Además, porque estos grupos muchas veces no están integrados por estudiantes sino por delincuentes infiltrados.

 

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