Algo que, históricamente, en la arena política poblana ha sido una crítica constante –de sexenio en sexenio– es el papel de la oposición ante el gobierno en turno, y hasta al partido político encumbrado como el que se asume como el controlador del estado.

Sucedió, sobre todo, con el PRI y sus gobernadores en Puebla, quienes no tuvieron mayor problema para mantener a raya a la oposición, esa que prácticamente era un contrapeso a modo.

Porque ni el PAN, ni el PRD en Puebla hicieron algo para tratar de crecer, trascender y poder dar la batalla al partido en el poder.

Por ello, los últimos gobernadores poblanos del PRI siempre desdeñaron, limitaron, fustigaron y hasta alcahuetearon a la oposición que tuvieron enfrente.

La hicieron como quisieron y le tiraron migajas que siempre aceptaron y recogieron.

Lo hicieron los gobernadores priistas Guillermo Jiménez Morales, Mariano Piña Olaya, Manuel Bartlett Díaz, Melquiades Morales Flores y hasta el “gober precioso”, Mario Plutarco Marín Torres.

Y lo mismo pasó con los gobiernos panistas de Rafael Moreno Valle Rosas, José Antonio Gali Fayad y Martha Erika Alonso Hidalgo.

Todos ellos se burlaron de la “oposición” político-partidista que había en Puebla y en sus gobiernos.

Manuel Barttlet, tal vez, fue el primero que tuvo una oposición inquieta, incómoda, dura, inteligente y echada para adelante, a través del entonces presidente municipal de Puebla, el panista Gabriel Hinojosa Rivero.

Hinojosa le hizo ver su suerte, entonces, al hoy titular de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), quien dio cuenta de que el PAN le ganó cuando decidió ser una oposición madura, insobornable, estratega y decidida a hacer política.

Melquiades Morales, “el compadre de Puebla”, fue un gobernante que tampoco tuvo una oposición difícil o muy complicada, ya que, más bien, al interior de su partido fue donde hubo animadversión hacia su grupo político.

Y quedó demostrado cuando Mario Marín se impuso para ser el candidato a la presidencia municipal y luego a la gubernatura, las cuales ganó sin problema alguno.

Con Marín sucedió algo parecido porque, sólo por un lapso, el PAN y el PRD poblano aceptaron lo que les dieron, la negociación política, aunque los acoto aún más, provocando que se unieran en una alianza con el resto de los partidos de oposición.

Esto (en 2010), junto con el abuso a la periodista y escritora Lydia Cacho Ribeiro, provocó la caída del PRI en Puebla, la de Mario Marín en la política –local y nacional–, y la transición del poder al PAN y a la alianza lograda por Rafael Moreno Valle, quien ya había abandonado al PRI porque lo engañaron.

La oposición con el morenovallismo, es decir con Rafael y Tony Gali, siempre fue la misma, pues estuvo sometida, fragmentada, amenazada y a raya.

Rafael Moreno Valle siempre tuvo la fama de un político y gobernante duro que no se dejaba chantajear, y así fue.

Incluso rompió con su aliado el PRD, representado por el hoy gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta, quien aunque siguió gozando de los beneficios del morenovallismo, ya no lo volvió a apoyar.

Sin embargo, el barbosismo como oposición también estuvo limitado y con los brazos caídos en Puebla hasta que se alió con el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y se afilió a Morena.

El resto de la historia ya todos la conocen, los padres del morenovallismo fallecieron por la caída de su helicóptero y dejaron el camino libre al Barbosa para poder gobernar Puebla.

Empero, hoy por hoy sucede lo mismo con la oposición en Puebla.

Ni el mismo PAN, ni mucho menos el PRI y el PRD, los partidos más grandes en el estado, hacen un papel digno de una oposición partidista.

Al contrario, pocos son los críticos del barbosismo en los partidos políticos. El inquilino de Casa Aguayo los trae a raya.

La dirigente del PAN, Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, está muda y se la pasa flotando sin alzar la voz sobre nada en el estado, ni ve ni oye fenómenos como la grave inseguridad, la crisis económica y todo lo que aqueja a los poblanos.

Lo mismo ocurre con el dirigente panista en la ciudad, Jesús Zaldívar Benavides, quien sólo lanza destellos cuando sale a declarar y a criticar exclusivamente a los enemigos del gobierno estatal.

Carlos Martínez Amador, líder del sol azteca, es muy tibio en sus posturas como oposición y cuida mucho no raspar al gobierno. Lo mismo que el dirigente del PRI, Néstor Camarillo Medina, quien no comunica bien, o lo hace tarde, por falta de un buen equipo.

Aunque el priista es igual de indiferente a lo que anda mal en el estado. Y el resto de los dirigentes de la chiquillada es pan con lo mismo, no les interesa criticar al gobierno porque los aplastan de un manotazo.

Al parecer, uno de los pocos políticos, o tal vez el único que es crítico del gobierno local, como también lo hizo con gobiernos priistas y de su mismo partido, es el diputado panista Rafael Micalco Méndez.

El legislador pactó, pero también se enfrentó en su momento con el morenovallismo. Ahora lo hace igual con el barbosismo, pues es un crítico hasta de su propio partido y sus gobernantes.

Y lo mismo hace la diputada federal panista Genoveva Huerta Villegas, quien parece más precavida ahora, pero metida en su papel de legisladora de oposición.

¿Qué no se darán cuenta los líderes de los partidos de que los equilibrios son más convenientes?

A nadie conviene el poder en una sola persona o en un partido.

Ya la historia lo demostró.

 

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