Un encontronazo que nadie ha percibido y narrado pero que se está dando ahora con la efervescencia político-electoral en Puebla, en la que se reagrupan los bandos, se presumen las estructuras, las influencias, el dinero y el poder es el de dos exoperadores más cercanos a Luis Miguel Barbosa Huerta.
Así es, el choque entre el actual secretario de gobernación, Julio Huerta Gómez, y el exoperador en tierra del barbosismo, Eric Cotoñeto Carmona.
Antes, con Barbosa aún vivo, trabajaron juntos hasta que a Cotoñeto lo sacudieron.
Ahora son polos opuestos.
El primero, Julio Huerta, trabaja en promover su imagen en todo el estado para tratar de tirarle a la grande para negociar la chica, y el otro, Cotoñeto, ya opera para el Senador Alejandro Armenta Mier.
Quién lo diría, nuevamente estos dos barbosistas se vuelven a encontrar.
Sólo que ahora como enemigos.
Y dicen que tienen cuentas pendientes.
Me parece muy atractivo el topetazo por varias razones: la primera, porque vamos a ver quién era verdaderamente el dueño o líder de la estructura barbosista; y la segunda, porque daremos cuenta con quién se inclinan los presidentes municipales y los principales operadores del actual grupo político en decadencia.
Y miren que Cotoñeto, dicen, es perro viejo y está operando el interior del estado para su nuevo jefe.
Eso sí, me aseguran que por ahora es un operador independiente que está midiendo fuerzas y tratando de mostrar su capital político para poder ganarse un espacio.
Porque aún no tiene nada asegurado.
Y mucho menos el Senado.
Empero, quién iba a pensar que Eric Cotoñeto terminaría apoyando y favoreciendo a quien en su momento intentó destruir y aniquilar.
Por encargo o por una decisión personal, pero así fue.
Sobre quien tenía orden de aplastar y anular en la arena política poblana.
Vaya vueltas que da la vida.
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Buen circo de tres pistas armó el líder del Congreso del Estado, el diputado de Morena Eduardo Castillo López, en lo que fue su conferencia de prensa de ayer por la mañana, y en la que, por cierto, ya empezaron a seleccionar a los reporteros invitados.
Ya saben, esa estupidez de si son “aliados o enemigos”.
A estas alturas de la vida algunos no entienden que la comunicación no solo es redactar boletines, ni ordenar a los subordinados, ni mucho menos invitar a las conferencias de prensa, pero en fin, así las cosas en el Congreso local.
El caso es que Lalito Castillo se aventó la puntada de criticar y exhortar a sus correligionarios, al líder del Senado, Alejandro Armenta Mier; y al de la Cámara de Diputados, Ignacio Mier Velazco, dizque para que dejen de contaminar la imagen urbana de Puebla con sus anuncios espectaculares.
Se atrevió a llamar a quien es su compadre, Alejandro Armenta, a dejar de estar haciendo campaña por adelantado y a respetar la ley que porque dizque “no son tiempos electorales”.
Que llevadito, ¿no?
Tanto, que le quiso echar crema a sus tacos, hacerse el interesante firmando documentos en lo que los comunicadores lo cuestionaban, pero terminó haciéndose fuera de la bacinica.
Y es que omitió un pequeño detalle: incluir al titular de gobernación, Julio Huerta Gómez, en el llamado a misa que le hizo a su compadre de los primos Mier.
Ojalá que algún reportero o reportera valiente le recuerde que también Huerta Gómez se promocionó en espectaculares y vayas a través del periódico Ambas Manos.
Digo, no nos hagamos tarugos.
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¿Cuánto le habrá costado la campaña y el carrusel de medios al magistrado presidente del Consejo de la Judicatura, Carlos Palafox Galena, quien se promueve aún más que el propio gobernador del estado, Sergio Salomón Céspedes Peregrina?
¿O estará aspirando a otro cargo de elección popular de cara al 2024?
Porque más parece precandidato que magistrado.
Tal vez si pusiera un poco de más atención a su labor y atendiera casos como el de Felipe Carpy, la ciudadanía le creería lo que pretende mostrar con sus entrevistas a modo.
Porque aquello de “somos un Poder Judicial cercano a la gente” a ver quién se lo cree.
Ahora resulta que todos, siempre, estuvieron pensando en los poblanos, cuando antes no querían decir una sola palabra, ni ver a la prensa.
Políticos tenían que ser, ¡carajo!
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