La IBERO Puebla celebró el IX Encuentro de Cuerpos Académicos y Grupos de Investigación con el objetivo: descubrir cómo la educación podía aprovechar los aprendizajes pandémicos para refrescar las prácticas tradicionales y refrendar la enseñanza como servicio a la sociedad.

En un primer momento, el confinamiento sanitario hizo patente la brecha digital en cuanto a habilidades e infraestructura, factor que ha determinado la experiencia educativa para profesores y estudiantes. Los especialistas señalan que la pandemia provocó un salto de diez años en el uso de la tecnología. Las sesiones de clase, por tanto, debían cambiar.

Una encuesta aplicada en la Universidad Panamericana recolectó algunas peripecias sorteadas por el personal docente en el tránsito a la virtualidad. Después del 18 de marzo de 2020 (fecha del éxodo de las aulas), muchos se adentraron a la educación por videoconferencia por primera vez. Además, mientras que unos maestros echaban de menos el contacto presencial, otros valoraron la acotación de los grupos y la retroalimentación personalizada.

Sara Elvira Galbán Lozano, coautora del proyecto, observó que quienes mejor sortearon las adversidades fueron los profesores más comprometidos con su vocación. “Esta experiencia fue multifacética para la mayoría de nosotros, pasando desde el desconcierto y la frustración hasta la creatividad y la innovación”.

La pandemia también alteró la forma de generar y transmitir conocimientos. Los profesores fueron sustituidos por videolecciones y los libros por recursos digitales. Advirtió Edwin Harris Matamoros: “El conocimiento estaba contenido en un espacio físico. Para acceder a él tenías que estar en un lugar: la escuela. Nos estamos dando cuenta de que el conocimiento está en todos lados”.

Muchos profesores perciben la implementación de las tecnologías de la información como un desplazamiento. La criticidad es fundamental para gestionar adecuadamente los incontables flujos de información.

Para el catedrático, la concepción de que el proceso de enseñanza-aprendizaje es pasivo y responsabilidad del alumno conducirá inevitablemente a la obsolescencia del profesor. Por ello, la nueva educación deberá enfocarse en inculcar habilidades y encontrar una aplicación práctica de la información. La tarea del nuevo profesor, concluyó, es aprovechar estas nuevas dinámicas para un desarrollo integral de su alumnado.

Migrar a nuevos paradigmas no es sencillo. De acuerdo con información recabada por Marcelino Trujillo Méndez, solo el 15% de los estudiantes había tomado clases en línea antes de la pandemia; actualmente lo hace el 82%, pero más de la mitad prefiere la educación presencial.

Los entornos pedagógicos virtuales facilitan la diversificación de los formatos de enseñanza y aprendizaje que permiten la interacción asincrónica, al tiempo que ponen en tela de juicio la importancia de la corporalidad. Además, es en los espacios digitales donde el estudiante requiere de autonomía madura para utilizar las herramientas tecnológicas en favor de su propio aprendizaje. 

No todo es sacar 10 

Más temprano que tarde, el proceso de enseñanza remota hizo estallar la burbuja romántica: sobrecarga de tareas, erosión de la interacción social, carencias de infraestructura y falta de empatía han sido algunas de las dificultades que profesores y estudiantes han tenido que gestionar. Estas situaciones pudieron ser superadas en muchos casos, pero a un costo.

El desgaste físico, mental, espiritual y emocional se tradujo en una disminución del rendimiento académico y motivacional. De acuerdo con un sondeo de la Universidad Autónoma de Baja California coordinado por Yessica Martínez Soto, el 63% de los estudiantes han mostrado alteraciones emocionales de distinto tipo durante la época COVID.

Dicho estudio fue replicado en siete universidades públicas del país, donde se captó el testimonio de casi 2,000 estudiantes de Psicología: ocho de cada diez manifestaron afectaciones emocionales. Destacan también aspectos físicos como trastornos alimenticios, insomnio y tensión, así como un estado prolongado de duelo. No obstante, el 43% presentaba alteraciones antes de la pandemia. 

La investigadora exhortó a identificar los niveles causales de estas afectaciones para reestructurar los programas de acompañamiento y tutoría con programas específicos para la atención en el contexto actual. “Hay una cantidad considerable de estudiantes que están presentando afectaciones emocionales derivado de esto. La pregunta es: ¿qué estamos haciendo? Lo administrativo se resuelve. ¿Y lo otro?”.

Trabajo de investigación 

Justo antes de la pandemia, la Licenciatura en Educación de la Universidad Metropolitana de Monterrey comenzó a trabajar en la vinculación entre las clases y la actividad investigativa, donde el diseño de proyectos estuviera marcado por los intereses del estudiante. Los resultados se traducen en más de 130 trabajos de investigación y más de 50 proyectos educativos.

Tras un año y medio de pilotaje, los estudiantes reflejan que la investigación concierne a todas las personas que estudian y ejercen alguna profesión. Para Juan Carlos Huitrado Treviño, es necesario que los nuevos profesionistas sean capaces de crear herramientas y protocolos que permitan la generación de conocimiento a través de las tecnologías de la información, especialmente en tiempos convulsos como los actuales.

Situación similar se vive en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, donde han apreciado la capacidad de resiliencia de estudiantes y docentes. Estas competencias han hecho posible dar continuidad a programas especializados en la atención a personas con discapacidad y alteraciones al desarrollo.

Sus investigaciones relacionadas con el desarrollo de procesos de enseñanza incluyente han sido divulgadas en publicaciones internacionales. “Es importante que nuestros jóvenes tengan una fuerte formación en investigación para que tengan más elementos para reflexionar su propia práctica”, aseguró Andrea Saldívar Reyes.