Es hasta tonto pensar que al interior del Instituto Electoral del Estado (IEE) exista una revuelta por los recientes nombramientos de los tres nuevos consejeros Susana Rivas Vera, Juan Carlos Rodríguez López y Miguel Ángel Bonilla Zarrazaga.

Y las razones son muchas.

La primera, tal vez la más importante, es muy simple, se critica a los nuevos funcionarios electorales cuando en el organismo no se han hecho las cosas bien, cuando hay un sinfín de irregularidades, desde administrativas hasta operativas.

¿O a poco ya olvidaron las impugnaciones que le han tirado muchos dictámenes al Consejo General del IEE?

¿Tampoco recuerdan que, igual que al Tribunal Electoral del Estado de Puebla (TEEP), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Tepjf) les ha corregido la plana infinidad de veces?

Es un absurdo que a los nuevos consejeros los critiquen y no los acepte el personal del IEE cuando empezando por ellos no se ha hecho bien el trabajo en el organismo.

¿A qué juegan en el IEE?

Es muy controvertible la falta de experiencia electoral por parte de los nuevos consejeros, sin duda, pero ¿cómo cuestionar su formación si en el IEE se han equivocado todo el tiempo?

Ahora resulta que Luz Alejandra Gutiérrez Jaramillo, Juan Pablo Mirón Thomé y José Luis Martínez López, los consejeros salientes, eran la panacea del IEE.

¿No sería más fácil esperar y demostrar con hechos que fue equivocada la designación de los tres consejeros, quienes, por cierto, asumen funciones desde hoy?

¿Para qué hacer una tinta revuelta?

¿O será que directores, personal operativo y trabajadores en general sientan tirria por los funcionarios electorales que recién llegan porque no pertenecen a su grupo?

Porque para nadie es un secreto que en el IEE existe un control de la administración, de los empleados y hasta del consejo general, por parte de un grupo.

En el IEE siempre ha sido así, todo mundo lo sabe.

Ni siquiera es extraño que se haya designado a tres consejeros inexpertos.

¿A estas alturas se asustan?

Pero que asquerosidad es esto, dijera el clásico.

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Los diputados y las diputadas locales en Puebla no entienden.

Saben perfectamente que su reputación está por los suelos por su poca o nula preocupación por los intereses de los poblanos, por su inestabilidad laboral y ahora por la falta de interés sobre su seguridad, y aún así siguen portándose mal.

Siguen demostrando que primero está su bienestar y hasta su diversión personal.

Primero están ellos antes que los poblanos.

Es el caso de la diputada Nora Yessica Merino Escamilla, diputada de Morena, quien ni porque ya fue líder del Congreso por un tiempo, ni porque ha cometido muchos errores graves como irse de vacaciones en plena pandemia -sin el menor rubor y cuidado-, ni por haber heredado una administración con aviadores e infinidad de irregularidades, aprende.

La última puntada de la legisladora de marras fue haberse ido de Halloween a Chignahuapan, a pesar del luto decretado por el gobierno del estado por la explosión del ducto ilegal de San Pablo Xochimehuacán.

Que preocupación la suya, caramba.

 

Acompañada de algunos otros diputados, la feliz legisladora se la pasó de lujo en la fiesta organizada por el presidente de Chignahuapan, Lorenzo Rivera Nava, quien recientemente encabezó el Festival de la luz y la vida.

Nora Merino aplicó aquello del muerto al pozo y el vivo al gozo, por lo que a pesar de su supuesto sufrimiento por la tragedia ocurrida en San Pablo se fue de pachanga a la fiesta de disfraces.

 

Allí también se dio cita el coordinador del grupo parlamentario del PAN, Eduardo Alcántara Montiel, a quien también se le vio dándole vuelo a la hilacha sin la menor preocupación por los poblanos afectados por el siniestro de Xochimehuacán.

Esos son nuestros diputados.

A ver qué dicen sus representados.

 

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