Aunque el Estado mexicano se constituya como laico, la fe y la justicia operan en conjunto para las miles de personas que, día con día, caminan hacia la verdad y la paz. Una cosa no puede entenderse sin la otra, pues ambas han de traducirse en acciones concretas para el bienestar de todo el mundo.

Las madres de las personas desaparecidas emulan la misión de Jesús de Nazaret: luchar por la justicia con bases amorosas. “Cuando ayudamos a levantar a los demás comenzamos a sentir una mayor plenitud en la vida. El que vive una fe al servicio de los demás irremediablemente pasará por la justicia”, expresó el P. Arturo González González, SJ, integrante Jesuita de la IBERO Puebla.

El Programa Universitario Ignaciano (PUI) de la Universidad organizó el foro Desaparición y Derechos Humanos, donde tres representantes de colectivos de búsqueda, compartieron sus saberes y sentires tras años de recorrido hacia el reencuentro con sus seres amados.

Tal es el caso de Virginia Garay Cázares, cuyo hijo menor desapareció el 6 de febrero de 2018 en Tepic, Nayarit. Ha podido replicar el acompañamiento que recibió al inicio de su búsqueda con otras compañeras se han incorporado a las labores de Guerreras en Busca de Nuestros Tesoros, A. C. “La creación de este colectivo ha sido unirnos una madre más, una familia más…”.

En Poza Rica, María Celia Torres Melo fundó el colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera a partir del secuestro de su hijo en 2011. En aquella época, tuvo complicaciones para obtener asistencia, tanto por parte de las autoridades como de sus amigos y familiares. A una década de su inicio, cerca de 180 familias se han vinculado a través del amor y el cuidado comunitario.

Juan de Dios, de 23 años, desapareció el 28 de abril de 2017. María Luisa Núñez Barajas, abogada, ha dado seguimiento a la carpeta de investigación por sus propios medios. A mediados de 2018 decidió fundar su propio grupo de búsqueda ante la falta de colectivos en su entidad. La Voz de los Desaparecidos en Puebla comenzó con dos madres; hoy lo conforman más de cien familias.

Mis madres, mis desaparecidos”

Aterrizar en un colectivo es un proceso catatónico. La desorientación, producto de la crisis emocional y la escasa ayuda del entorno, ha llevado a muchas víctimas a abrir su panorama y mirar a otras realidades similares. Para Virginia, ha sido fundamental dar a conocer la existencia y trabajo de los colectivoscomo espacios de unión de familias que comparten una pena común.

Muchas madres rechazan la posibilidad de emitir denuncias por la desconfianza hacia las autoridades. A diferencia de los ministerios públicos, los colectivos trabajan en casos atemporales, no solo en personas cuya desaparición fue reportada de forma inmediata. “Cada desaparecido es un dolor más para nosotras como madres. Es una decepción saber que tantas familias continúan con este dolor”.

“Tengo diez años buscando a mi hijo y sé que solo por un milagro lo encontraré vivo. Pero tengo fe y hasta por debajo de las piedras lo seguiré buscando”: María Luisa Núñez.

Los grupos funcionan también como una terapia grupal, donde se conforma una gran familia que funciona como mecanismo de contención emocional y diálogo de saberes. Desde el aspecto jurídico, la atención es más puntual cuando las denuncias se realizan en conjunto a cuando, a decir de María Celia, lo hacen las víctimas “huérfanas”.

El acuerpamiento también cobra relevancia en un contexto en el que las personas que buscan a sus familiares ven cómo las puertas se cierran a su caminar. Por ello, María Luisa ha procurado dar asesoría jurídica para contrarrestar la revictimización por parte de los ministerios públicos y alfabetizar a las familias en materia legal. “Creo en empoderar a las mamás, que pierdan el miedo y dejen de ver al servidor público como un ser superior”.

Una nueva fe

Muchas familias encuentran conflictos con su fe cuando se enfrentan a situaciones tan complejas. No es el caso de Virginia, quien es consciente de que la humanidad ha tomado decisiones equivocadas a través de la historia. Recordó la importancia de renunciar a la culpa de posibles irresponsabilidades maternales y comprender que todas las personas, incluidos los desaparecidos, tienen un libre albedrío que conduce a diversas vivencias.

Para María Celia, la desaparición de su hijo no fue su primera gran prueba de vida. Un año antes vivió complicaciones de salud que la tuvieron en condiciones límite. Tras reivindicar su esperanza, desea que nadie viva una situación similar a la suya. “Seguiré aquí mientras tenga vida, buscando a mi hijo y a los de mis compañeras. Por eso estoy aquí”.

El amor por los hijos ha ayudado a muchas madres a salir del bucle de negatividad en la que las encierra la desaparición. Con el apoyo de su círculo cercano de familiares y nuevos aliados, María Luisa ha continuado su lucha, codo a codo, con las demás buscadoras. Su espiritualidad ha fluctuado a lo largo de su caminar. Aun así, continúa su diálogo con Dios para encontrar más respuestas en un proceso que, día con día, se devela en su complejidad.

Las activistas instaron al público a practicar el autocuidado integral, particularmente en espacios digitales, y a recordar que la criminalidad no hace distinciones de ningún tipo. Al mismo tiempo, llamaron a la sociedad a mirar a las víctimas con empatía y ánimo solidario y amoroso.

Escucha los testimonios de las madres de desaparecidos en la siguiente liga: https://www.facebook.com/PUIIBEROPUEBLA/videos/858530715007752/