Lo único que faltó ayer en Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo, donde despacha el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador (AMLO), para emular la matanza de Tlatelolco, aquel 02 de octubre de 1968, fueron las luces de bengala y los guantes blancos del Batallón Olimpia.
Porque las muertas, sus nombres, allí estaban plasmados en el muro metálico que se ordenó colocar para resguardar el inmueble desde donde gobierna el país, de las manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer.
Lo mismo estuvieron las manifestantes, las protestas, la inconformidad, las mujeres asesinadas y sus ofrendas de flores, así como los cuerpos de seguridad, casi paramilitares porque llevaban playera negra y pantalón camuflajeado, y la represión en contra de ellas.
Se observó a elementos de seguridad colocados en la azotea de Palacio Nacional, en puntos estratégicos desde donde, armados, se dedicaron a apuntarle a las manifestantes y a derribar los drones.
¿Qué necesidad, carajo?
La marcha por el Día Internacional de la Mujer, registrada ayer 08 de marzo de 2021, va a pasar a la historia como una de las más violentas por el desprecio de las autoridades a las manifestantes.
Manifestantes que llevaron niñas y niños, quienes también sufrieron los estragos del gas lacrimógeno, de la contención por parte de los granaderos y mujeres policías, quien a pesar de cuidar las formas sí reprimieron a las quejosas, y de la cruda realidad.
Si el presidente AMLO quería evitar la violencia y las consignas en su contra con un muro metálico y sus policías sucedió todo lo contrario.
Mal por AMLO y su fracasada estrategia para contener la furia de las mujeres feministas, quienes hacen reclamos legítimos pero excesivos. Mal por un presidente que, aunque diga lo contrario, parece ser el más machista de todos en la historia de México.
Mal, también, por las fanáticas feministas, quienes destruyen, rayan y destrozan todo a su paso.
Porque al vandalizar los monumentos, los espacios públicos, la infraestructura urbana, los comercios y los automóviles incurren en delitos graves que bien podrían, si quisieran, evitar.
Los vehículos particulares qué culpa tienen, sus propietarios, los niños que llevaron a las distintas marchas y manifestaciones. ¿Por qué no realizar una protesta pacífica, sin daños a terceros, ni a particulares, sin pintas?
Mal por las autoridades que todo lo politizan, sobre todo el movimiento que año con año se realiza por el Día Internacional de la mujer.
Bien por Puebla, porque se retiraron las vallas, las policías y los agentes encargados de la seguridad. Mal por las feministas que destrozaron y quemaron la puerta del Congreso del Estado, los vehículos estacionados afuera y que, además, pintarrajearon los inmuebles.
Por cierto, ¿cuál solidaridad de las autoridades?
Yo no vi a nadie, con cargo público, que acompañara la marcha de las manifestantes, ni para apoyarlas, ni para tranquilizarlas y evitar daños y perjuicios.
Todos quieren controlar las manifestaciones, por el día de la mujer, desde su trinchera, acusando, pero nadie las quiere acompañar caminando.
Mal por la presidenta de la Junta de Gobierno y Coordinación Política, Nora Merino Escamilla, quien acusó a la presidenta municipal de Puebla, Claudia Rivera Vivanco, de ser la responsable de que las feministas incendiaran la puerta del Congreso local.
¿Pues en qué mundo vivirá la diputada, quien gusta de los viajes y la farra en Acapulco, a pesar de la pandemia?
¿Qué no se le ocurrió otra cosa más inteligente para culpar a alguien de los destrozos que se hicieron en Puebla como en muchos otros estados del país?
La flamante diputada debería irse mejor a la fiesta con sus amigas y con la banda, que eso es lo que mejor le sale.
Y mal, también, por Doña Claudia, quien no estuvo en los contingentes de manifestantes para tratar de controlarlas y evitar destrozos al mobiliario urbano.
Y, finalmente, me pregunto ¿dónde quedaron o quedan las mujeres indígenas, aquellas que son las que necesitan más y mejores apoyos?
Por qué en lugar de gastar recursos, lo que sea poco o mucho, para afectar monumentos y edificios, no nos dedicamos juntos, feministas, varones, gobiernos y sociedad en general, a apoyarlas, a ayudarlas a salir de la pobreza, a ellas, a sus hijos y familias, donde están metidas desde hace años.
Esa sí que sería una verdadera lucha y un verdadero reto para el movimiento feminista, lo demás, está claro, es puro teatro.
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