Los centros de conversión sexual operan bajo la premisa de la defensa de las buenas costumbres de civilidad. Desde cierta perspectiva, se asume que México es un país históricamente homofóbico que ha desarrollado una serie de mecanismos e instituciones para justificarlo. Esta tesis fue puesta en tela de juicio por la Dra. Nathaly Rodríguez Sánchez, académica de la IBERO Puebla.
Durante su intervención en el Seminario Permanente de la Cátedra Ignacio Ellacuría, SJ: Vivir entre cuatro paredes: contextos de encierro y Derechos Humanos, la experta en temas de género y diversidad sexual explicó que cada sociedad impone exigencias de comportamiento con base en la genitalidad de la persona. Se trata, dijo, de un “disciplinamiento” del deseo a través de la heteronormatividad.
El proceso hegemónico indicaría que en México existe un rechazo histórico al homoerotismo, mismo que encuentra registros en múltiples acontecimientos de principios del siglo XX. Sin embargo, no existen trabajos sistemáticos en la materia: “¿no será que existe la invención de una tradición que se pueda capitalizar para legitimar las prácticas restrictivas?”, cuestionó Rodríguez Sánchez.
La académica de origen colombiano compartió sus estudios situados en la primera mitad del siglo XX, entre 1917 y 1952, en la Ciudad de México. En dicho contexto, el homoerotismo masculino tendría derecho al espacio público; para las mujeres, esto ocurriría solo en el espacio privado.
En nuestro país, el término más usado para referirse a los hombres homoeróticos es “joto” en alusión a la crujía “J” de la prisión de Lecumberri. No obstante, la investigadora constató que, en el siglo pasado, las personas privadas de su libertad que se encontraban en dicha crujía habían sido procesados por delitos que no tenían que ver con prácticas homosexuales.
“En este país, pese a la homofobia impetrada, no nos encontramos un aparato represivo que nos permita pensar que la sociedad del pasado se comportaba con la misma homofobia como lo hace en el presente”: Dra. Nathaly Rodríguez.
Esto refleja que no había varones procesados por prácticas homoeróticas. Aun así, en las crónicas de la Ciudad de México persiste el temor que existía entre el coqueteo homosexual en la vía pública. En contraste, sí existen registros de notas sensacionalistas sobre hombres encarcelados por estas prácticas, lo que alimentaba los rumores del control policial de la expresión homoerótica.
A través del archivo de los códigos policiales de la capital, Nathaly Rodríguez encontró que los delitos contra la moral pública eran ambiguos, por lo que la censura contra el homoerotismo se deslizaba entre los policías que buscaban sobornos callejeros. “Muchos fueron atrapados por gendarmes que les exigieron mordidas, pues era una falta administrativa menor”.
La condena hacia el homoerotismo no era impuesta por un juez, sino en cuotas de quince días a las que se llegaba si no se cumplía con el soborno. “La represión existía, pero no era monolítica ni estable. Era porosa y permitía la agencia del sujeto de control”, esclareció.
Homofobia con raíces misóginas
Por otro lado, la pederastia era utilizada para referirse a los sujetos del homoerotismo masculino, pues existía una fuerte influencia de la escuela endocrinológica para explicar el comportamiento del cuerpo humano. Según este principio, los deseos venían de arreglos orgánicos de los cuerpos: los varones homoeróticos carecían de testosterona y poseían más estrógenos, por lo que deseaban cuerpos iguales a los suyos.
Se decía que estos individuos no podían contener el deseo sexual (porque eran igual a las mujeres, individuos vistos como faltos de control corporal), por lo que tendían a la corrupción de otros, como los púberes, los menores de edad y los débiles mentales.
Si bien la homofobia en México es una realidad, la Dra. Rodríguez Sánchez instó a identificar el momento en que se dio la ruptura social hacia este tratamiento. “Resulta imposible encontrar el sustento para hablar de una aversión de México hacia los deseos homoeróticos”. Propuso que el movimiento hacia la derecha de los años 50 podría ser un punto de inflexión para comprender la tradición de miedo y odio heteronormativo.
Para la catedrática, la homofobia mexicana está asentada sobre un nervio fundamentalmente misógino: lo indeseable no es el comportamiento homoerótico, sino el afeminado. “Cuando hablamos de masculinidad, no solo hablamos de la exigencia corporal. Aquello que se caracteriza como masculino se asume como superior”.
Como parte de sus conclusiones, Nathaly Rodríguez señaló que la humanidad atraviesa un nuevo momento de pánico moral, caracterizado por el cambio social profundo, el agotamiento de los referentes de Estado-Nación, la desintegración de las identidades binarias sexo-género, la violencia y la desconfianza hacia la democracia.
Por ello, se buscan a los sospechosos de siempre, quienes son considerados culpables del miedo, como las mujeres liberadas y las personas heterodoxas de la heteronormatividad. El efecto negativo de este miedo, advirtió, puede ser la legitimación de las tiranías y las prácticas discriminatorias.